No son los muros de la academia, somos tú y yo, en Acción Climática
El cambio climático no es solo un desafío ambiental, es un desafío humano. Como sociedad, debemos reconocer que el tiempo para actuar es ahora, y cada uno de nosotros tiene un papel crucial que desempeñar en la construcción de un futuro más justo y equitativo.
Por Francisca Sandoval
Socia Profesional Red Campus Sustentable
El Día Internacional contra el Cambio Climático me invita a reflexionar sobre la responsabilidad compartida que tenemos frente a la crisis socioambiental más grave de nuestro tiempo, como también me regresa a la angustia y frustración personal, de no poder agilizar aún más estas urgencias. El cambio climático es una realidad que afecta a todos los países y a todas las personas, los impactos que día a día nos preocupan, deben llevarnos a la ocupación real, pensando en este planeta y no como podemos reforestar Marte. Somos parte del problema, debemos ser parte de la solución.
Chile, sin lugar a duda, enfrenta una serie de impactos climáticos que van desde mega sequías prolongadas, que afectan la disponibilidad de agua para consumo humano, agricultura e industrias; el aumento en la frecuencia e intensidad de incendios forestales, que devasta ecosistemas y comunidades; y la desertificación y pérdida de biodiversidad, con consecuencias en la seguridad alimentaria y el equilibrio natural. Además, el retroceso de glaciares y el aumento del nivel del mar amenazan la infraestructura y los medios de vida costeros, estando todos los efectos interconectados, exacerbando desigualdades sociales y afectando la economía, los ecosistemas y la salud pública. Esto no es una novedad, y tampoco son escenarios futuros, son realidades que afectan nuestra calidad de vida y la pregunta que debemos respondernos es: ¿Qué estamos haciendo en esta sociedad para enfrentarlos?
Desde la academia, y como líder de una oficina de sustentabilidad, donde realizamos labores de investigación, educación, vinculación con el medio y gestión, tenemos un papel fundamental de encabezar la transición hacia un modelo de desarrollo sustentable, sostenible, de responsabilidad social o de triple impacto positivo o de… como quieran llamarle, pero hablamos de lo mismo. En este sentido, el consenso es que estos no sean solo espacios de formación, sino también modelos de sustentabilidad, y por ello el desafío en esta materia es el compromiso con la descarbonización. Este compromiso implica diferentes etapas, debemos identificar las fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero dada la naturaleza de nuestras actividades y la complejidad de estas, diseñar un plan de neutralidad, comprender las ventajas y los desafíos, elaborar estrategias para su implementación, identificar responsabilidades, evaluar y celebrar avances organizacionales y de la comunidad educativa comprometida con la ACCIÓN CLIMÁTICA.
El real poder de la academia radica en su capacidad para influir culturalmente. El hacer parte a la comunidad educativa del desafío organizacional contribuirá a la formación de profesionales, ciudadanos y ciudadanas que lideren el cambio en sus campos, que lleven la sustentabilidad como un principio en sus decisiones personales y profesionales. Desde la ingeniería, la economía, las ciencias sociales y la salud, el cambio climático debe ser parte central de los currículos, la investigación, la gestión y los modelos de vinculación.
En esta materia muchos han sido los avances en diversas casas de estudios, acreditaciones nacionales e internacionales han promovido, intencionado u obligado esta trayectoria, sin embargo, algo sucede, que a pesar de tener el conocimiento y que la implementación de buenas prácticas signifique el uso eficiente de los recursos económico, aún no vemos cambios masivos y quedamos a la merced de la voluntariedad.
Pues bien, recientemente participé del lanzamiento del Informe de Desarrollo Humano en Chile 2024, PNUD, donde se plantea una reflexión que va al centro del problema: “¿Por qué nos cuesta cambiar?”. A pesar de que estamos más conscientes que nunca, de la gravedad del cambio climático, aún hay una resistencia generalizada a adoptar prácticas sustentables. Este fenómeno, que el informe describe como una “disonancia ecológica”, refleja la distancia entre el conocimiento y la acción. Sabemos lo que debemos hacer, pero seguimos atrapados en hábitos que contradicen esa conciencia.
Las razones son múltiples. A nivel individual, muchos sienten que sus acciones no marcan la diferencia en un problema tan grande, que aportamos muy poco a las emisiones globales, etc.; y a nivel social, las estructuras económicas y políticas a menudo favorecen la inercia y priorizan el crecimiento a corto plazo sobre el bienestar a largo plazo o el bienestar común. Además, la cultura de consumo y la comodidad que nos ofrece el sistema actual dificultan la adopción de un estilo de vida más austero y consciente. Y con esto no digo que el mío lo sea.
Superar esta barrera requiere un cambio cultural profundo, donde el valor de la sustentabilidad se interiorice tanto en la educación como en las decisiones cotidianas.
Mi llamado es fuerte y claro. La academia, las ciudades, los gobiernos somos cada uno de nosotros. Todos podemos y debemos ser parte de la acción: desenchufando cargadores, compartiendo el automóvil, comprando colaborativa y localmente, llevando mi bolsa de género al supermercado y no llenarla de plástico, hasta fundamentalmente comprender que nuestras acciones tienen impactos en todo el sistema al que pertenezco. Esto también incluye a quienes tienen el poder de ejercer presión sobre los tomadores de decisiones, exigir políticas climáticas más ambiciosas y apoyar iniciativas locales, desburocratizando la acción.
El mismo informe del PNUD, nos recuerda que el cambio es difícil, pero no imposible. Si bien existen barreras psicológicas y culturales, también existen herramientas para superarlas, y aquí la colaboración entre academia, gobiernos, empresas y ciudadanos es clave.
El Día Internacional contra el Cambio Climático no debe ser solo un recordatorio de los desafíos que enfrentamos, ni de las frustraciones que tenemos, sino un llamado a la acción urgente, individual y colectiva. La academia puede liderar con investigación y educación, pero el cambio real proviene de la suma de esfuerzos de todos. La ciudadanía tiene el poder de transformar la realidad a través de decisiones conscientes y de exigir políticas que promuevan una mirada sistémica y de urgencia.
El cambio climático no es solo un desafío ambiental, es un desafío humano. Como sociedad, debemos reconocer que el tiempo para actuar es ahora, y cada uno de nosotros tiene un papel crucial que desempeñar en la construcción de un futuro más justo y equitativo.