Opinión / “Maquillaje”, por Francisco Urquiza
Hemos agotado las analogías y metáforas para explicar que el colapso ecológico y social que conlleva es inminente.
Si estás leyendo esto y necesitas convencerte más, detente y dedica algo de tiempo a estudiar reportes del Grupo Intergubernamental de Expertos Sobre el Cambio Climático, IPCC, ver documentales o mejor aún, leer un buen libro sobre el tema. Si no lo necesitas, pasemos al asunto más importante, ya que no tenemos tiempo que perder.
En un período que va entre 10 y 30 años se hará evidente un cambio de régimen global producto de un efecto combinado de degradación irreversible de ecosistemas y de las múltiples crisis sociales que se producirán por escasez de recursos, vulnerabilidad y pobreza. Estas crisis sociales sin duda harán que infinidad de gestos solidarios surjan, pero no nos engañemos, no será la regla. Es cosa de mirar los efectos que han tenido las migraciones de la última década en distintos países, generando inestabilidad, polarización, odio, violencia y muerte. Ojo, estas migraciones son insignificantes con las que vienen, si ahora hablamos de millones de migrantes, en el futuro serán mil millones.
Veremos una polarización profunda de las sociedades, el miedo será la emoción imperante de la cuál profitan políticos que desdeñan las libertades sociales y derechos humanos. Si hoy la inseguridad es una preocupación, en diez años más miraremos con nostalgia estos tiempos de paz, ya que nos encontraremos con la violencia en cada esquina, junto a una pobreza que nunca antes conocimos y que ya no podremos resolver. Será un mundo de desesperación. Esa es la herencia que nos dejaron y que de no hacer algo radical dejaremos a nuestros hijos y a nosotros mismos envejeciendo en medio de la tempestad.
Necesitamos un cambio radical, lo sentimos, pero no lo encarnamos ni entendemos completamente que significa. Y es que estamos aferrados a una forma añeja e inadecuada de habitar este planeta, manifiesto en nuestra cotidianidad, identidad y sueños. Incluso los y las más conscientes de la crisis que viene, parecemos haber desarrollado un interruptor que se puede prender y apagar a voluntad, donde a ratos son vociferantes promotores del cambio y luego ejemplos caminantes del status quo. Este mecanismo se ha tornado en una enorme amenaza y funciona a toda escala, con la manifiesta incongruencia entre discurso y práctica de países, instituciones, empresas y organizaciones. El efecto sistémico de esta incongruencia ha sido la aceptación de un mundo bipolar que parece tomar conciencia de lo que se nos viene, pero también se conforma o incluso intenta justificar la inacción.
Quizás lo más radical de nuestros tiempos es luchar con esta tendencia y congeniar lo que YA SABEMOS con cómo lo VIVIMOS o encarnamos. Esto puede manifestarse de muchas maneras y no significa lanzarnos a vivir al bosque desnudos, o transformarnos de un día para otro en eco fundamentalistas. Significa que debemos dar pasos decididos, crecientes en ambición y consistentes hacia una nueva forma de habitar que no prive de un futuro vivible a nuestras niñas y niños. También aceptar que esto debe ser uno de nuestros propósitos fundamentales en la vida, independientemente de quién seas. Si cuesta entenderlo, podemos pensar en lo que hemos vivido con la pandemia, y como nos forzó a cambiar nuestra vida para así evitar que muchas otras se perdieran. Esta es la escala que debe adquirir nuestra acción individual y coordinada frente a la emergencia climática y muchas otras crisis socioecológicas que enfrentamos, todo lo demás es maquillaje.