Suelo
“¿Cabe preguntarse qué pueden hacer las instituciones de educación superior para avanzar en el cuidado y regeneración del suelo? Sin duda una de las principales tareas es contribuir a que las nuevas generaciones de profesionales conozcan y valoren su importancia, además de entender formas en las cuales puede evitar su pérdida”.
Por: Francisco Urquiza Gómez, Presidente Red Campus Sustentable
Cayó la lluvia y nos detenemos a respirar hondo, un fresco aroma nos invade. En esa inhalación siempre he sentido un pequeño acto meditativo, un instante de sosiego. Ese olor, llamado petricor, no es otra cosa que una constatación evidente de nuestra conexión permanente con esa delgada capa viva, el suelo. ¿Pero qué es el suelo? Es la alquimia dinámica de la vida, mediando entre el aire y la roca. En este suceden infinidad de cosas, y habitan incontables criaturas. Dicen que en un gramo de suelo hay más criaturas vivas que todos los humanos que jamás han habitado este planeta. En él dominan hongos y bacterias, pero también hay gusanos, insectos y todo tipo de animales que hacen ahí sus madrigueras. Es como la ciudad más activa y dinámica que puedas imaginar, siempre activa y en un constante movimiento de energía, materia e información en todas direcciones.
En el suelo circulan los nutrientes fundamentales para la vida, rescatados y acumulados gracias a un constante flujo de vegetación muerta, así como los restos de otras formas de vida, nosotros incluidos, que son recibidas con entusiasmo y laboriosa actividad por sus habitantes, los cuales: cortan, comen, digieren y van transformando todo en humus, esa oscura y rica sustancia que nutre la regeneración de la vida. Aquí vale la pena recordar que la cercanía entre la palabra “humus” y “humano” no es casualidad, desde tiempos ancestrales nos hemos considerados arraigados al suelo, al punto de concebir nuestro origen e identidad en él.
Lamentablemente, pareciera que hemos olvidado este vínculo. Basta con poner atención a cómo en nuestras ciudades, por cuestionables fines “prácticos”, hemos cubierto el suelo con cemento o simplemente lo olvidamos mientras se compacta y muere, salvo preciadas excepciones cuando lo celebramos con áreas verdes bien pensadas que enriquecen nuestra vida y experiencia cotidiana. El escenario es peor fuera de la ciudad, donde se abusa del suelo con prácticas agrícolas destructivas que lo agotan y languidecen, pretendiendo reemplazar sus funciones con fertilizantes artificiales, que en su exceso lo envenenan, o con pesticidas que aniquilan su biodiversidad. Como resultado solo ciento cincuenta años nos ha tomado perder la mitad del suelo y continuamos perdiendo unos 24 billones de toneladas de suelo fértil al año. Esto es claramente insostenible e implica consecuencias serias para las personas y el resto de las formas de vida con las que convivimos, algo que se ha hecho evidente en lugares donde producto de la erosión, pérdida de suelo y consecuente desertificación, poblaciones enteras se han visto forzadas a abandonar sus medios de vida y en ocasiones migrar. De hecho la búsqueda de suelo fértil debió ser sin duda uno de los principales motores de la migración.
El suelo puede ser un aliado vital en la lucha contra el cambio climático, o lo contrario si lo descuidamos. Esto porque es uno de los principales reservorios de carbono, albergando el doble del carbono que hay en la atmósfera y vegetación combinadas. Este enorme potencial de captura y retención del carbono es cada vez más relevante si consideramos la situación de emergencia climática en la que estamos, donde ya es claro que necesitaremos capturar una enorme cantidad para lograr la añorada y a ratos lejana neutralidad.
¿Cabe preguntarse qué pueden hacer las instituciones de educación superior para avanzar en el cuidado y regeneración del suelo? Sin duda una de las principales tareas es contribuir a que las nuevas generaciones de profesionales conozcan y valoren su importancia, además de entender formas en las cuales puede evitar su pérdida. Para esto lo más simple es predicar con el ejemplo y dar cuenta de esta nueva relación en las instalaciones y campus, dejando de cubrir cada rincón con cemento, creando áreas verdes biodiversas, con especies preferentemente nativas y aprovechando la materia orgánica de estas para generar abonos o fertilizantes naturales, como es la compost y el humus de lombriz. También pueden permitir que las hojas que caen cada año, se degraden naturalmente en las tazas de árboles y entre arbustos, alimentando con esto al suelo que devolverá el favor nutriendo a las plantas.
En resumen necesitamos restablecer nuestro vínculo con el suelo, dejar de abusar de este y comenzar a protegerlo y regenerarlo. En esta disposición hay un potencial enorme para mejorar la salud de nuestros ecosistemas y en última instancia las condiciones de las que depende el bienestar de nuestras hijas e hijos. Piensa en esto la próxima vez que sientas ese olor a petricor.