Responsabilidad universitaria en Quintero
El desastre social y ambiental provocado por la contaminación en las comunas de Quintero y Puchuncaví ha salido al fin a la luz y puesto, merecidamente, en el primer lugar de la agenda ambiental del país. Este desastre, incubado al amparo del Estado desde la instalación de la refinería de cobre allá por los 60, tiene un protagonista silencioso, de aquellos que nadie identifica claramente pues las responsabilidades se asignan ligeramente o al “Estado” o a las “empresas”.
Por Oscar Mercado Muñoz, Presidente Red Campus Sustentable
El área de Quintero y Puchuncaví ha recibido desde hace 54 años, cuando se inauguró la refinería de cobre, cantidades inconmensurables de elementos contaminantes. A los pocos años de funcionamiento de la refinería ya las tierras perdieron su capacidad de producción y la contaminación afectó por igual a personas, vegetación, animales y estructuras. La suma de más y más empresas contaminantes a la zona no hizo más que aumentar la carga de polución y lo que eran lomajes verdes de siembras de arvejas se convirtieron en las zonas inútiles que hoy vemos. Hay un documental, “Quilama, entre el cielo y el mar”, filmado años atrás, donde un antiguo habitante de Ventanas cuenta como les cambió la vida cuando llegó la refinería como punta de lanza de lo que hoy es una zona de sacrificio.
Claramente la situación de hoy es consecuencia de la indiferencia del Estado, la ambición de las empresas y la imposibilidad de la comunidad para defenderse ante la instalación de estas poderosas organizaciones económicas, pero ¿es realmente así? Los que tomaron y hoy toman las decisiones que han llevado a esta crisis no es el “Estado” ni las “empresas”, ambos son entes jurídicos que no razonan, piensan ni deciden. Quienes están tras las decisiones que provocan el desastre son egresados de instituciones de educación superior; profesionales que son ministros, subsecretarios, intendentes, que a lo largo de los años han autorizado la formación de la zona de sacrificio, que han pasado años de su vida formándose en casas de estudios superiores y sus decisiones traen la impronta con la que fueron formados. Los gerentes de las empresas contaminantes, que han decidido privilegiar las utilidades económicas sobre la salud y el bienestar de las personas, son también egresados de la educación superior, donde seguramente nadie los formó para considerar al otro en sus decisiones.
El protagonista silencioso, culpable indirecto de la pérdida de bienestar de miles de personas en Quintero y otras zonas de sacrificio, es nuestro sistema de educación superior, y si hilamos más fino, cuatro o cinco profesiones, de donde egresan la gran mayoría de quienes asumen los puestos más altos en este país. Cada uno de quienes han tomado decisiones en este caso son egresados de universidades; entonces ¿la universidad, para qué educa? No parece lógico que a estas alturas de la crisis de sustentabilidad siga educando para formar profesionales eficientes, maestros de la optimización e indiferentes absolutos a los impactos que sus decisiones tienen en personas. El país, y el mundo, requieren que las universidades formen profesionales distintos, preparados para enfrentar los inmensos desafíos que significa cambiar las formas actuales de toma de decisiones, para pasar del beneficio empresarial al beneficio social, de la mirada cortoplacista a la mirada de largo plazo, para que el otro sea considerado como persona, como un igual, independiente de su condición social. Solo si las universidades logran educar para que cada tomador de decisiones desarrolle la empatía necesaria para ponerse en el lugar del otro podremos estar avanzando en hacer de este un mundo sustentable; mientras el otro sea solo un número más, los desastres como Quintero seguirán apareciendo.